domingo, 4 de marzo de 2012

No me sueltes nunca.

El sol relucía en la ciudad y la gente abundaba en las calles. La sensación de paz que daba salir afuera y sentir los rayos de calor en tu cara era inmensa, y es por eso probablemente, por lo que la mañana (ya bonita de por sí) era adornada por enormes sonrisas despreocupadas. Parecía que por un día todas las miradas heladoras y perdidas habían hecho una tregua para dar paso a cálidas y agradables sonrisas. Incluso a la gente trajeada que solía verse caminar por el centro con prisa y rostro enojado se le escapaba una sonrisa al ver la primavera asomándose entre las nubes de lo que había sido un frío y largo invierno. Era un día precioso, sin duda.
Entre todas esas personas que paseaban sin rumbo aparente, recogidos en un rincón de la ciudad, envueltos en su propia atmósfera: una chica y un chico. Tumbados en el césped, en una de las pocas zonas verdes que quedaban en la ciudad, disfrutando del bonito día. Se miraban sin decir nada, pero sintiendo miles de cosas. Él la acariciaba y esto le producía un cosquilleo en la barriga a ella, una inmensa sensación de bienestar. De pronto, el silencio se rompió.
    -Es increíble lo bien que se está en la calle hoy, hasta los árboles de la acera encerrados en sus pequeñas parcelas de tierra, parecen bailar de alegría por este buen tiempo. -Dijo ella.
Él no contestó, pero la agarró de la mano con fuerza, lo que le volvió a producir una agradable sensación a ella. Mientras el olor a primavera les rodeaba, parecían completamente ausentes al resto del mundo. Tras otro largo pero no incómodo silencio, él se reincorporó y se sentó en el césped, pero sin soltarle la mano. Ella hizo lo mismo. Entonces él le apretó la mano más fuerte todavía, la miro y le dijo:
    -¿Sabes qué es lo más bonito de este día? Lo más bonito no es el sol, ni son los pájaros, ni las flores que empiezan a aparecer en los árboles... Ni si quiera lo más bonito es ver cómo todo eso hace un efecto tan positivo en la personas, cómo las callen visten de sonrisas... Lo más bonito es cómo a pesar de estar rodeado de gente me siento ausente a todos ellos, porque ahora mismo y en este instante sólo me importas tú. Tú y nada más. Hoy me siento vivo y feliz, pero no por el buen tiempo ni el agradable ambiente que se respira en las calles, sino por ti. No por el olor a primavera, sino por el tuyo. No por las sonrisas de la gente, sino por la tuya. ¿Qué me importa el resto del mundo si la sonrisa más bonita sin duda es la que se dibuja en tu cara cuando te miro? No me siento tan feliz hoy porque el invierno se esté despidiendo por fin, sino porque ahora mismo y en este instante, te miro y sé que a diferencia de la primavera que viene, tú no te irás de mi lado. Hoy, y todos los días que pasan desde que estamos juntos, me siento feliz por ti. Gracias por hacer de mi vida una eterna primavera, por dibujar en mi cara una sonrisa permanente, por hacerme olvidarme de todo lo que no merece la pena recordar. Por estar en mi vida, por quererme como yo te quiero. Lo más bonito de este día eres tú. -Acto seguido la besó.
Las palabras igual que habían surgido se esfumaron, y ambos, fundidos en un cálido y largo beso, hicieron del silencio la mejor sensación de todas. Los ojos de ambos se empañaron, sobre todo los de ella, que le abrazó más fuerte. El mundo que les rodeaba desapareció por completo, incluso más que antes. Sólo existían ellos. Estaban solos en medio de un montón de gente. Ella lo miró con los ojos bañados en lágrimas y le dijo:
    -¿Sabes que yo no sería nada sin ti? ¿Sabes que si hoy mi sonrisa está tan bonita es porque te tengo a mi lado? Que el sol que me hace sonreír, el sol que me calienta el corazón, que me hace sentirme bien... sí, mi sol eres tú. Y me has liberado del eterno invierno en el que estaba atrapada. Tú si mereces que te dé las gracias. No me sueltes nunca. -Y apretándole la mano aún más fuerte concluyó:
-Te quiero.
El mundo entero se paró y a la vez que las calles, optimistas, se llenaban de gente que salía a disfrutar del buen tiempo, dos corazones se fundían en un rincón de la ciudad, dando lugar a uno sólo.

Ahora incluso el sol sonreía.